Estos días en casa vivimos una efervescencia científica particular. Mientras preparamos los experimentos que el Colegio Oficial de Químicos llevará a la Feria de la Ciencia de La Orotava, mi sobrina de 14 años se ha convertido en mi asesora oficial. Ella revisa cada propuesta con el entusiasmo de quien se enfrenta a un misterio por resolver: “tía, este experimento es perfecto para los de Primaria”, “a los pequeños les va a encantar el volcán de vinagre y bicarbonato”, “y este trivial hay que dejarlo para el final, para que todos quieran probarlo”.
Verla así, con esa mezcla de curiosidad y asombro, me recuerda por qué hacemos lo que hacemos. Cada año, el municipio de La Orotava (Tenerife) transforma su casco histórico en un gran laboratorio al aire libre. La Feria de la Ciencia, organizada por el Ayuntamiento y la entidad Cienciamanía, con la colaboración del Cabildo de Tenerife y la ACIISI, se ha convertido en una de las citas de divulgación científica más veteranas de España. Lo que empezó en 2003 como una pequeña jornada local, hoy congrega a miles de personas que descubren, experimentan y aprenden en un entorno festivo y abierto.
Allí, la Plaza de la Constitución se llena de vida: talleres, juegos, demostraciones tecnológicas, observaciones astronómicas, microcharlas y magia científica. Pero lo que realmente hace grande a esta feria no son los experimentos, sino la expresión de los niños cuando una reacción química cobra vida ante sus ojos. Esa mirada de sorpresa es, para muchos de nosotros, la semilla de una vocación.
Puede sorprender que un colegio profesional, una corporación de derecho público cuya función principal es ordenar el ejercicio de una profesión, velar por la ética, defender los intereses de sus miembros y proteger a los ciudadanos, esté cada año “arremangado” en una plaza enseñando ciencia con globos, colorantes y tubos de ensayo. Pero lo creemos firmemente: sin divulgación de la ciencia, y de la química en particular, no es posible defender ni proyectar nuestra profesión.
Por eso estamos ahí, año tras año, apostando por encender la chispa de la curiosidad en los más pequeños. Porque de esa curiosidad nacen los futuros científicos, los ingenieros, los maestros y los ciudadanos críticos que una sociedad necesita. Y porque la química está en todas partes: en los alimentos que comemos, el agua que bebemos, la energía que nos mueve o los medicamentos que salvan vidas.
Esa convicción nos llevó a instaurar el Premio a la Divulgación Científica, que entregamos durante los actos de San Alberto Magno, patrón de los químicos. El primer galardón recayó precisamente en la Feria de la Ciencia de La Orotava, en reconocimiento a su labor constante acercando la ciencia a la ciudadanía. Y este año, el reconocimiento será para el programa “Una hora menos” de la Televisión Canaria, un ejemplo extraordinario de comunicación científica desde nuestro propio territorio.
A través de su sección de experimentos, su manera didáctica de explicar la erupción volcánica de La Palma, o su recorrido por las galerías de agua y el cielo de Canarias, el programa ha sabido traducir la ciencia en historias comprensibles y cercanas, sin perder rigor ni profundidad. Ha mostrado la ciencia que se hace desde nuestras islas y, sobre todo, ha ayudado a que miles de personas se reconcilien con ella, descubriendo que también forma parte de su vida cotidiana.
La divulgación científica es un compromiso que, en mi caso, trasciende lo institucional. Hace años decidí estudiarla desde el ámbito académico y practicarla en el profesional, convencida de que comunicar la ciencia con claridad y pasión es tan importante como producirla. Y en tiempos de desinformación, donde los bulos se propagan más rápido que los hechos, divulgar se convierte en un acto de responsabilidad.
Porque frente al ruido, la ciencia ofrece algo tan simple y tan poderoso como la verdad comprobable. Y si logramos que un niño, una adolescente o un adulto se haga una pregunta nueva al ver un experimento o al escuchar una historia científica, entonces ya hemos ganado una pequeña gran batalla contra la indiferencia y la desinformación.
Así que la próxima semana, cuando vea a mi sobrina explicar a otros niños por qué el vinagre y el bicarbonato forman espuma, sabré que el futuro sigue teniendo curiosidad. Y que esa chispa, la del asombro científico, sigue viva.
Mª Candelaria Sánchez Galán
Decana Colegio Oficial de Químicos de Canarias